Valdilecha

Valdilecha se encuentra a 40 km. de Madrid y su población asciende a 2.910 habitantes. Su confluencia entre dos paisajes, la campiña que se alza sobre los valles del Jarama, del Tajuña y del Henares, y la propia vega del río Tajuña, le confiere un marcado contraste entre el extenso llano cerealista y la vegetación típica ribereña.

El nombre de esta población, “Valle Escogido” del latín Valli (Valle) y Dilecta (Preferido o amado) nos habla ya de su privilegiada ubicación y del entorno que le rodea. A partir del siglo XII se constata ya como núcleo urbano al aparecer en un documento firmado en Palencia por Alfonso VIII en 1190, pero es en 1556 cuando el rey Felipe II le otorga el título de Villa. En el siglo XIX estuvo sometido a diferentes mayorazgos y familias nobiliarias.

Entre sus apacibles calles nos espera muy cerca de la Plaza del Ayuntamiento, donde encontramos una interesante fuente con un pilón circular de sillares calizos fechada en 1870, la Iglesia Parroquial de San Martin Obispo, construcción del siglo XIII de estilo gótico-mudéjar, considerada una de las iglesias medievales más interesantes de la provincia de Madrid. En la parte exterior sobresale especialmente su ábside en el que destaca una ventana estrecha en el centro rodeada de triple arco de medio punto interior, un intermedio de herradura ojival y otro exterior de herradura ojival lobulado. El ábside podríamos clasificarlo dentro de la tradición del mudéjar toledano teniendo en cuenta la forma de sus ventanales y el material de su fábrica, principalmente mampostería de ladrillo dispuesta horizontalmente y de manera equidistante. En el muro meridional se conservan dos ventanas de medio punto en ladrillo correspondientes al primitivo mudéjar. Presenta tres naves separadas por columnas toscanas y arcos de medio punto, la nave central es la única que constituía el antiguo templo, ampliado en el siglo XVII con la nave septentrional, la sacristía, el coro y una torre nueva, más tarde se edificó la nave meridional. Aunque lo más interesante lo encontramos en su interior de especial y sugerente belleza. En la bóveda del ábside se pueden apreciar unas pinturas murales del románico tardío de gran valor. Representan un Pantocrátor o Cristo en majestad sentado en el trono celestial y encerrado en un óvalo almendrado rodeado de símbolos de los evangelistas. La parte superior se ha perdido y sólo puede verse con nitidez la parte de las piernas, cubiertas por una túnica rojiza y por un manto blanco, y los pies descalzos. Alrededor de Cristo y dentro aún de la mandorla destaca el cielo azul salpicado de estrellas y planetas diminutos, a los lados del Pantocrátor y rozando su mandorla, se conservan en la parte inferior del mismo, aunque incompletas, las figuras simbólicas de los evangelistas, el león alado símbolo de San Marcos y el toro alado de San Lucas. Por arriba, en la parte derecha, aún quedan restos del águila, símbolo de San Juan, pero apenas nada puede verse del símbolo de San Mateo, el ángel. Dos ángeles, sin embargo, bordean la escena a derecha e izquierda de los que se han conservado una buena parte, especialmente del que se sitúa a la derecha del conjunto. Además, entre las imágenes que alberga la iglesia en la actualidad, sobresale por su antigüedad el Cristo crucificado que preside el altar, maravillosa talla del siglo XVII.

Al mismo tiempo encontramos otros edificios de signo religioso como la Ermita de la Virgen de Oliva, o la Ermita del Cristo del Amparo. La primera al parecer levantada sobre otra construcción anterior, presenta una factura del siglo XVIII y está situada en un paraje que ofrece una magnífica vista del valle.

También es destacable el centenario lavadero, uno de los lugares más emblemáticos de la localidad, un buen ejemplo de construcción popular que rinde homenaje a las mujeres que antaño acudían a los pilones a lavar la ropa.

El entorno natural del municipio se caracteriza por sus paisajes de contrastes entre el llano que corona el municipio donde aparecen los cultivos de cereal, y el valle que se abre camino entre cerros y barrancos, útil para el cultivo de viña y olivos. Se ofrecen varias rutas para adentrarnos en su magnífico paisaje, así como un generoso pinar, un remanso de tranquilidad equipado para el disfrute y descanso del paseante. En la parte más alta de éste, desde la sima conocida por la Carcava, se puede apreciar una vista panorámica de Valdilecha. Pero este entorno privilegiado nos muestra también el peso de la tradición más popular a través de los chozos de piedra que aún se conservan esparcidos por cerros y laderas con el fin, desde antaño, de refugiar a labradores y pastores ante las inclemencias del tiempo.

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